“La estación de la calle Perdido” es una ambiciosa y bien escrita obra que me sorprendió. Sin embargo creo que tiene algunos defectos bastante acusados que la han hecho tediosa por momentos.
Miéville ha logrado con mucho acierto mezclar temáticas steampunk con cyberpunk y fantasía, dándole a su historia un enfoque interesante y dotando a la narración con una atmósfera muy particular y única.
Nueva Crobuzón es la ciudad en donde se desarrolla esta historia. En esta ciudad de esputo y suciedad, de olores de alcantarilla y arquitectura demencial conviven en una frágil tirantez diferentes razas tratando de malganarse la vida. Humanos, khepris, garudas, vodyanois, constructos y muchos más son la fuerza vital de esta extraña y brutal Nueva Crobuzón. La presencia de la ciudad está tan inmersa en la narración que finalmente la consideramos como un personaje más. Tan palpitante de vida como cualquiera de ellos.
Isaac Dan der Grimnebulin es un científico que trabaja y vive en la marginalidad, tratando de llevar su ciencia más allá de los límites conocidos. Isaac recibe la visita de un Garuda u hombre ave al que de una enigmática manera le han mutilado las alas. Yagarek quiere contratar a Isaac para que encuentre la manera de hacerlo volar nuevamente. No importa el método quiere volver a sentir la libertad del vuelo.
Con esta idea Isaac empieza a recolectar, de manera ilegal o casi ilegal, todos los tipos de especímenes que puedan volar. Insectos, aves, todo aquello que sea capaz de liberarse de las ataduras de la gravedad llega de una u otra manera a sus manos. Así es como cae en su poder un desconocido gusano, que se convertirá en una crisálida luego de ingerir una extraña droga que circula por las calles llamada “mierda onírica”. La criatura resultante de la eclosión de la crisálida es una gigantesca polilla que se alimenta de la psique de los seres vivos. El temor, los sueños son su fuente de energía y cuando se alimenta drena por completo el cerebro de sus victimas.
Cuando esta polilla libera a cuatro más como ella, el terror se desata en Nueva Crobuzón e Isaac y sus amigos se ven obligados a detener a estos extraños animales que están diezmando la ciudad.
Como mencioné en el primer párrafo el libro es bastante bueno pero tiene algunos problemas.
El primero y más importante a mi parecer es que tiene demasiadas historias cruzadas que no llevan a nada. Dan la impresión de estar ahí sólo por el afán del autor de mostrar lo bizarro y extraño de su mundo. Episodios como los del circo, la visita a los demonios o la aparición de los manecros no aportan gran cosa o nada a la trama. Si Miéville eliminaba más de la mitad del libro este funcionaría a la perfección, siendo inclusive más ligero de leer. Hay demasiados cabos sueltos (me gustan los cabos sueltos, pero no tanto) y muchas historias paralelas que no llegan a lugar alguno. Esto hace el libro demasiado extenso y frágil.
Por otro lado tengo que reconocer que la capacidad de Miéville en las descripciones es increíble, pero también ha exagerado describiendo a Nueva Crobuzón. En los primeros capítulos ya entendemos que la ciudad no sólo es gigantesca, también es asquerosa. Más cerca a un tumor canceroso que a una metrópolis llena de vida. Sus continuas alusiones y comparaciones con basurales, tumores, aguas aceitosas y de mal olor llegan a cansar.
Miéville nos entrega un libro interesante, bueno, de lectura densa. Pudo haber sido mejor pero tiene demasiados callejones sin salida y puntos muertos en la trama. Un libro que vale la pena leer y un autor al que hay que seguir para ver como evoluciona.