“La carretera” es un doloroso ensayo de la capacidad humana para sobrevivir aún sin esperanza.
McCarthy nos lanza a este postapocalíptico y frío mundo cubierto de cenizas y en lo que parece ser un invierno post nuclear.
No hay una explicación clara de lo que sucedió en la Tierra. Sólo tenemos este desolado, triste e inhóspito paisaje en donde un padre sin nombre y un hijo anónimo vagan en busca de algo más.
La manera en que McCarthy ha escrito este libro es extraordinaria. La prosa fluye de una manera que te obliga a pasar las páginas una tras otra bombardeado de imágenes desgarradoras.
Desde el inicio lo que vemos en esta pareja de sobrevivientes es la resignación y desesperanza. Lo que los motiva no es el deseo de encontrar una fórmula mágica que vuelva a la Tierra a la normalidad o la existencia de un santuario intocable en donde van a llegar y todo va a estar bien. Lo que mueve a esta pareja es la inercia y el fatalismo.
No puede existir esperanza en un mundo en donde el día es de un monótono gris y helado gris en donde tienes que filtrar el agua de los ríos con un trapo viejo para eliminar la ceniza que hay en la superficie.
No puedes hablar de esperanza en un mundo en donde los árboles inmóviles están negros y quemados. No puedes pedir esperanza en un mundo en donde tienes que huir de tus semejantes por que se han vuelto caníbales.
Pero sobre todo no puedes hablar de esperanza cuando padre e hijo prefieren estar muertos a seguir caminando y buscando entre los desperdicios para sobrevivir.
La odisea que los protagonistas sufren a lo largo de las páginas nos pone en bandeja un mundo desolado, gris, inhóspito y moribundo. Sin un posible remedio. La Tierra ya está muerta y sólo existe el presente para sobrevivir. No se pueden dar el lujo de pensar en el futuro por que no hay y es mejor matarse a intentar pensar en el.
Uno de los diálogos más representativos de lo que le sucede a padre e hijo es el siguiente:
Yo siempre te creo
Me parece que no
Claro que si. Tengo que creerte.
“La carretera” es un libro duro que duele página tras página. Pero es imposible dejar de leerlo. Párrafos cortos golpean uno tras otro con imágenes y diálogos capaces de doblegar el espíritu más curtido. Aunque al prosa es fácil de leer, la experiencia de leerlo hasta el final puede ser un reto.
Un libro extraordinario, honesto como pocos. Merecedor de un gran puesto en la literatura universal por mérito propio.