Cuando el Muro de Berlín cayó en 1989 estábamos ante un hecho imposible que cambió no sólo la faz de Alemania sino también la forma de ver la política. Con la unificación de las alemanias la cortina de hierro cae y los esfuerzos de espionaje de ambos bandos cambian de objetivos y formas.
Los que vivimos la caída del muro y los años anteriores podemos entender sin mucho problema el odio y la rivalidad mortal que existía entre oriente y occidente. Por cada paso que la OTAN daba, el Pacto de Varsovia daba una fuerte respuesta. El odio visceral existía entre estas dos ideologías contrapuestas, el reto era ganar no importando el costo.
Es en este contexto en el que se desarrolla “El espía que surgió del frío”. Alec Leamas es un ingles que tiene a su cargo una importante red de espionaje en Alemania oriental, sus hombres están siendo cazados uno a uno por un despiadado jefe de operaciones llamado Hans-Dieter Mundt. La desesperación y frustración lo derrumban cuando el último de sus hombres muere unos metros antes de cruzar la frontera.
Leamas es transferido a Londres a realizar trabajos de oficina cada vez de menor importancia. Empieza a aficionarse a la bebida y a descuidarse. Es dado de baja del servicio y el espiral de autodestrucción se hace más pronunciado; para sobrevivir llega a trabajar como archivador en una biblioteca venida a menos en donde conoce a Liz Gold, una joven miembro del partido comunista con quien establece una tirante relación.
El momento más bajo en la vida de Leamas es cuando ataca a un tendero sin razón aparente. Alcoholizado, venido a menos y sin dinero es el blanco perfecto para ser contactado por agentes de Alemania Oriental. Luego de algunas entrevistas con mucha fricción y recelo por parte de Leamas, este accede a traicionar a Inglaterra.
Las conversaciones que tiene Leamas son con Fiedler, segundo al mando de Mundt, un hombre por el cual se puede tener una gran simpatía, las indagaciones que hace tiene un propósito muy bien definido y es parte fundamental de la estructura de la novela.
“El espía que surgió del frío” es considerado un clásico entre las novelas de espías. Le Carré nos muestra el trabajo sucio que realmente es el espionaje en donde el fin justifica los medios. Donde un trozo de información puede ser lo suficientemente valioso como para sacrificar decenas de personas por él.
Pero el punto más interesante en la novela es la interacción entre los personajes. Le Carré no cae en el facilismo de buenos y malos. Nos presenta a personajes bien desarrollados con personalidades que pueden generar nuestra simpatía o rechazo independientemente de su afiliación política. La ambivalencia moral está presente en el libro dejándonos un sabor particular sobre todo si tenemos en cuenta las consideraciones ideológicas de la época en donde ambos bandos pintaban al otro como un enemigo del que se debe desconfiar.
“El espía que surgió del frío” es una obra maestra de la intriga y los entretelones del espionaje. Lejos están el esplendor y elegancia de las novelas de Felming. Acá tenemos personajes reales, sucios, contradictorios, que se ven llevados por la fuerza de los servicios de inteligencia de sus propios países para darse cuenta al final que sólo son peones que serán sacrificados si eso asegura algo más de información.